Curriculum

Grupo de Narración Oral Escénica

Fecha de formación: 1997

Integrantes: Áurea Ortiz Rico, Aída Rangel, Miriam Castañeda, Saeed Pezeshki y Sofía Ramírez

El Baúl del Merolico surge como fruto del Taller de Narración de Cuentos como Estrategia para el Desarrollo del Lenguaje, impartido por Beatriz Falero, miembro de la Asociación Mexicana de Narradores Orales Escénicos (AMENA), en octubre de 1997. Además, los integrantes cuentan con una preparación pedagógica y teatral que los avala.
El Baúl del Merolico es un grupo dedicado a la narración oral escénica. Su repertorio está compuesto desde cuentos y leyendas tradicionales de nuestro país, hasta cuentos clásicos, de autores reconocidos y de creación personal.
Desde 1997, el grupo ha participado en diferentes foros del estado de Aguascalientes, presentando diversos espectáculos con el propósito de divertir utilizando nuestro medio de comunicación por excelencia: la palabra. Del mismo modo, ha formado parte de la programación de ferias de libro y de jornadas de promoción al libro y la lectura en San Luis Potosí, Guanajuato, Zacatecas, México, D. F. y Colima.
Asimismo, los integrantes del grupo, por necesidades académicas o laborales, salieron de Aguascalientes y presentaron algunos espectáculos de narración oral individuales, obteniendo excelentes resultados. Así, Sofía Ramírez contó cuentos en Tenerife, España, en el programa infantil de televisión “El desván de Sofía”, de 1999 a 2000; Aída Rangel en París, Francia, en el festival “La Carnavalcade”, en el verano de 2000; Miriam Castañeda en México, D. F., en 2001. Actualmente Saeed Pezeshki y Miriam Castañeda radican en Buenos Aires, Argentina, donde no han dejado de contar, y Áurea Ortiz Rico continúa su labor de narradora en Morelia, Mich.
El grupo ha continuado con su preparación y ha participado en cursos realizados por los narradores Vivianne Thirion y Rodolfo Castro; del mismo modo, sus integrantes han impartido cursos en diversas instituciones como CONAFE, Dirección de Casas de Cultura de Aguascalientes, Coordinación de Salas de Lectura del Estado, IMSS, Universidad Autónoma de Aguascalientes, Estancia de Bienestar Infantil del ISSSPEA y la Normal del Estado de San Luis Potosí.

Presentaciones

2009 Sexto Aniversario del Museo Ferrocarrilero de Aguascalientes, con “Nos llevó el tren...”.

2009 Programa ¡Vamos por todos! del INEPJA, con “Cuentos y leyendas de América”.

2008 Jornadas Editoriales Altexto, Universidad Autónoma de Aguascalientes, con “Miscelánea de cuentos”.

2007 Jornada del Día Nacional del Libro y la Lectura de la Coordinación de Salas de Lectura, con el espectáculo “Los orígenes”.

2006 Inauguración de MFA Niños, Área Lúdica del Museo Ferrocarrilero de Aguascalientes, con “El tren de los cuentos”.

2006 Tercer Aniversario del Museo Ferrocarrilero de Aguascalientes con Cuentos de vapor.

2005 Jornada del Día Nacional del Libro y la Lectura de la Coordinación de Salas de Lectura, con el espectáculo “La luna en el espejo o ¿cambiamos de planeta?”

2005 Jornadas Editoriales Altexto, Universidad Autónoma de Aguascalientes, con un programa de cuentos de El Quijote de la Mancha.

2005 Feria del Libro, con “El papá del patito feo. Cuentos de Andersen”.

2005 Programa de Verano del Museo Ferrocarrilero de Aguascalientes Un verano de viaje, con “Cuentos del tren”.

2005 Inauguración de la Promoción Nacional Cultural de Verano Reflejarte, con el espectáculo “La luna en el espejo o ¿cambiamos de planeta?”

2005 Presentación del libro El fantasma tímido de Anita Brenner.

2004 X Aniversario del Centro Cultural “Los Arquitos”, con “Dos cuentos”.

2003 Museo José Guadalupe Posada, con “Cuentos de monstruos y otros seres extraordinarios”.

2002 Clausura de “Encaminarte en 100 años de ciencia y arte, Aguascalientes”, con “Cuentos sobre el mar”.

2002 Pabellón de la Feria, Instituto Cultural de Aguascalientes, Feria Nacional de San Marcos 2002, con “Todos contamos”.

2002 Museo J. Guadalupe Posada, Feria Nacional de San Marcos 2002 y como parte de los festejos del 150 Aniversario del Natalicio de José Guadalupe Posada, con “Contamos con Posada”.

2002 Centro de Readaptación Social para Varones de El Llano, con “Cuentos en familia”.

2002 Centro de Readaptación Social para Mujeres, con “Contamos con Sofía”

2002 X Feria del Libro para Niños y Jóvenes, con “¿Te lo cuento otra vez?”.

2001-2002 Gira por los municipios del estado, con “Cuentos, cuentos y ¡cuentos!”

2001 Consejo Tutelar para Menores Infractores, con “Cuentos en Navidad”.

2001 XI Encuentro Estatal de Literatura, Tepezalá, con “Cuentos con todos y pa’todos”, con la participación de invitados especiales: Arcelia Martín Jáuregui, Armando Quiroz, Claudia Sofía Ramírez P. y Ángel Mejía.

2000 VIII Festival del Libro para Niños y Jóvenes, con “Cuéntanos lo que se cuenta”.

1999 Aguascalientes Jubiloso hacia el año 2000, con “Cuentos con Aída”.

1998 IV Festival de las Calaveras, con “Cuentos de puro susto”.

1998 XXX Feria del Libro, con “Cuentos y más cuentos”.

1998 Cafetería “La Risa”, Centro Cultural y Recreativo “El Cedazo”, Casa Jesús Terán y Plaza de las Artes, con “Pa’que todos lo’igan”.

1998 Gira por algunos municipios del estado: Calvillo, Jesús María, San José de Gracia, Pabellón de Arteaga y El Llano, con “Puro cuento”.

1997 Sala Infantil de Lectura “El Mundo de Sofía” (Casa Terán), con “Cuentos y leyendas del Día de Muertos”.










martes, 11 de enero de 2011

El baúl del Merolico

I


Los pasajeros subieron de prisa. No sólo no repararon en el Merolico, sino que no miraron tampoco a sus compañeros de viaje. Cada uno de ellos apenas tenía ojos para sus propios pensamientos y reservaban, cuanto mucho, un pedacito muy chiquito de realidad para no tropezarse. El resto lo hacía el resto. Entre todos encontraban un lugar, no de la manera más amable que uno pueda imaginar; preponderaban los empujones y los cuerpos quedaban ensamblados. La ropa se arrugaba y algunos portafolios o carteras, junto al brazo férreo que los sostenía, se acomodaban dos o tres personas más allá. Alguna vez, alguien perdió una pierna en la avalancha. La encontró dos estaciones después, cuando el vagón se había vaciado un poco, debajo de un asiento. Por suerte todavía quedaba mucha gente, la suficiente para no perder la vertical. Otra vez alguien subió en la estación incorrecta, no por mera voluntad individual, sino por el deseo general; del mismo modo bajó en un lugar distinto. Nunca se supo si volvió a ser el mismo o si en realidad se trataba de otra persona.
El Merolico los observaba, los dejaba subir y apretujarse y a último momento, antes de la partida, saltaba con agilidad. Como cargaba su baúl, pequeño pero de madera, siempre que daba el último empujón, sus vecinos inmediatos se molestaban un poco. De cualquier manera no podían enojarse demasiado, ya que la situación, con o sin Merolico, era por demás incómoda. Cuando el tren arrancaba, el Merolico abría el cerrojo de su baúl con una llave dorada que llevaba colgada de una cadenita amarrada a su pantalón. La madera rústica y desgastada, los años de uso que no se podían ocultar y el rechinar de las visagras, eran el blanco perfecto para las miradas de desprecio de los pasajeros. De los pasajeros que tenían la fortuna de contar con los dos ojos en la dirección apropiada. Muchos bizcos vieron las cosas a medias. Y hubo otro tanto que simplemente escuchó el ruido de la tapa, confundiéndolo con las quejas habituales del ya cansado tren.
El Merolico se ponía a buscar dentro del baúl, hurgaba con pasión y aunque no sabía que estaba buscando, siempre encontraba algo. Metía sus manos y revolvía y aunque se escuchaban ruidos, nunca se veía con claridad que es lo que allí guardaba. Sin embargo, los ruidos, eran los suficientemente estrepitosos y significativos como para despertar la curiosidad de los pasajeros. Se escuchaban caballos, rugidos de leones, motores de autos, risas de niños, cadenas arrastradas, y muchas, muchas, muchas palabras sueltas. La mayor parte de la gente creía que se trataba de una grabación y eran muy pocos los que dudaban. En su duda no podían figurarse de qué se trataba todo ese alboroto encerrado. Si asumían la hipótesis de la grabación, confirmaban para sus adentros y no tanto, ya que a veces se escuchaban los comentarios en voz alta, que el Merolico estaba loco. Pero de repente, la mirada se le iluminaba, sus ojos se agrandaban y un rojo alegría aterrizaba en sus mejillas. Cabe aclarar que esta conducta no ayudaba a disipar los fantasmas de la locura que los pasajeros le endilgaban. Claro, tan razonables ellos, viviendo únicamente para ganar dinero en una oficina en donde los trataban mal, viajando como sardinas enlatadas pero no enlutadas (lo que les hubiera aliviado el sufrimiento) y leyendo el diario a hurtadillas, por encima del hombro vecino. No, no había lugar para la duda, al Merolico se le habían vaciado algunos aposentos en su cabeza. El loco se encendía de ansiedad y rápidamente cerraba el baúl. No fuera a ser cosa que se le mezclara o que algún imprevisto se le resbalara en su relato.
La narración nacía perfecta de su cabeza y atrapaba en el vuelo la atención completa del vagón. Del mismo vagón que hacía unos segundos emitía un juicio basado en un prejuicio, que no por falaz perdía efectividad. Esta vez los dragones que atemorizaban al pueblo fueron vencidos, si es que cabe la palabra y evidentemente cabe muy bien ya que en realidad fueron convencidos, de trabajar para el ferrocarril que recientemente había inaugurado estación en la comarca. ¿Para qué usar carbón mineral en las locomotoras que es caro y contamina? No, no, no. Mucho mejor es usar dos dragones adultos, que por una buena paga, podían soplar fuego durante 8 hs. seguidas. Eso sí, el sindicato de dragones ferroviarios exigía 1 hora para almorzar y vacaciones pagas. Pronto fueron sumándose a las diferentes ramas del comercio. Panaderías (parece ser que el pan horneado con fuego de dragón es uno de los más deliciosos del mundo), vidrieras, herrerías y todo negocio que necesitara algún tipo de combustión podía contar con la inestimable ayuda de un dragón proletario. Otra vez la princesa era despertada de su prolongado sueño con un beso. Pero no era el príncipe galán y caballero que ella y nosotros esperábamos, sino simplemente una promoción de celulares. Un vendedor, entrenado en una técnica agresiva de ventas, había aprovechado el momento y la confusión del despertar de la pobre niña para venderle un paquete con 100 mensajes de texto gratis. La princesa nunca encontró al príncipe, pero, gracias a la globalización, se casó con un hombrecito pequeño de unas lejanas tierras del sur. No comieron perdices, pero fueron felices con una luna de miel en Belice.
Al terminar el cuento, la generosidad se apoderaba de los corazones y las monedas tan tan contentas que reían tin tin tintineando, saltaban de las carteras de las damas y de los bolsillos de los caballeros a la bolsa del Merolico que agradecía con una sonrisa. La masa compacta de humanos viajeros se abría y daba paso para que el narrador recogiera su victoria. Ya nadie se acordaba de las injurias y los escarnios con que lo habían investido. El único deseo que primaba era el de escuchar otra historia. Pero el señor de los cuentos sacaba su llavecita dorada y abría el baúl. Otra vez revolvía el contenido, suponemos que con ánimo de ordenar. Nuevamente se escuchaban desde el fondo del baúl. Las olas del mar, el silencio de la noche, los cañonazos de la guerra, las risas de los niños y muchas, muchas, muchas palabras sueltas. El Merolico, con mucho cuidado y ya sin temor a la confusión sonora, depositaba la bolsa con monedas. Con ojos bonachones, cerraba bajo llave su preciado tesoro.
Las monedas se distribuían dentro del cofre. El movimiento del tren ayudaba al azar. Cada historia recibía su parte y los personajes se dedicaban o bien a saldar deudas, o a otorgar créditos, o a donarlo o a consumirlo a piaccere. Así el Conde Drácula realizaba una visita al dentista, Pepe Grillo le pagaba con bastante atraso al sastre su trabajo, Blancanieves se inscribió en un gimnasio y Caperucita Roja, una niña muy feliz, cansada de caminar por el bosque se compró una moto de alta cilindrada, todo terreno, obviamente colorada.
Un extraño fenómeno ocurría con lo que se encontraba dentro del baúl. Del mismo modo que las monedas se distribuían equitativamente, con mucha normalidad, entre todos los habitantes de los cuentos, el resto de las relaciones también se mezclaba. Las historias siempre eran diferentes, aunque hay que decirlo, se parecieran mucho. Como el baúl no tenía una capacidad máxima, ni una mínima, ni una nula y ya acumulaba muchos años, el número de cuentos que había escuchado era considerable. Por lo tanto las relaciones de las relaciones ya estaban otra vez mezcladas. En el momento cúlmine de Hansel y Gretel, aparecían los tres chanchitos y claro, la bruja no dudaba y se daba un banquete de lechón al horno. Con Hansel y Gretel como invitados especiales de la comilona. En forma de postre obviamente. En algunas versiones, la Sirenita no tenía mucha suerte y terminaba sus días, al menos algunas partes de ella, en una lata de atún.
Todas las historias que le eran contadas eran guardadas. No sólo cabían los cuentos tradicionales para niños. Las anécdotas increíbles o triviales de la vida cotidiana también tenían su lugar. Ni hablar de la tradición oral. Hay quienes dicen que si se sabe encontrar se puede hallar hasta la mismísima historia de Gilgamesh en su versión original (si alguien la entiende por favor que se comunique inmediatamente con algún departamento de Lenguas).
Pero una vez guardadas se generaban copias, siempre diferentes, y los personajes deambulaban en esas copias a sus anchas, tan anchas como lo permite la imaginación del infinito. El problema radicaba en cómo encontrar los cuentos o versiones de cuentos que uno quería y no los que el caprichoso baúl obsequiaba con generosidad. Allí radicaba la habilidad del Merolico. No es que encontrara siempre lo que buscaba, es que igual buscaba. Y aunque no hallara lo que buscaba, siempre encontraba cosas nuevas. Pero esa, esa era otra historia.
Cuando el tren se acercaba a la estación, el Merolico, con una sonrisa de dibujante y el público con una sonrisa dibujada, se organizaban para dejar un paso claro hasta la puerta del vagón. Un caminito de narrados que iluminaban con sus ojos fantasiosos el paso lento del contador y su pesado baúl. El convoy se detenía y con un saltito ágil, el merolico volaba hasta el andén. No siempre sin obstáculos. Sucedía muchas veces que los pasajeros que pugnaban por entrar no comprendían el orden generado y con sus empellones y empujones dejaban a nuestro héroe girando como un trompo. Se alisaba su saco raído y continuaba su camino buscando un nuevo tren. En su cabeza sólo iba pensando en el cuento que quería escuchar cuando llegara a su casa y luego de cenar, se dispusiera a dormir.
-Diego Díaz Córdova-